Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver: Juan Gil

Y quien dice un lugar dice un libro, una canción, un disco, una persona... No hay nada más temerario que intentar volver a vivir una felicidad emulando el momento concreto que te la proporcionó.

Si aquel libro te atravesó a los 20, no lo releas a los 40; si ese disco lo escuchaste hasta la saciedad con 16, no lo revisites ahora; aquel verano no se repetirá por volver a aquella playa, ni aquel concierto será el mismo aunque los del festival de turno hayan vuelto a juntar a la banda.

Ayer recordaba con mi amigo Íñigo lo que nos había gustado Los Renglones Torcidos De Dios, de Torcuato Luca de Tena. Yo lo cogí prestado de la biblioteca de mis abuelos a los 18. Y recuerdo estar tres días leyendo a todas horas. Me sentaba al final del aula en las clases de periodismo para que los profesores no vieran que estaba sumergido en la historia de Alice Gould, porque han pasado más de dos décadas y aún recuerdo su nombre.

Tengo claro que nunca volveré a leer ese libro -conservo ese ejemplar hoy que sus dueños ya no están-. Es el mismo libro pero el que no es el mismo soy yo.

Lo mismo ocurre con algunos vinos, que significaron un mundo el día que los probé, o me recuerdan un momento concreto de felicidad, y a veces me cuesta volver a pedirlos. Mi caso más acentuado es mi relación con Juan Gil.

Al de Jumilla lo descubrí vez hace algo más de diez años -añada 2007- y fue el vino que me abrió este mundo; el que me llevó a a entender que no todo eran crianzas o reservas, riberas o riojas, tempranillos o verdejos; que más allá de la magnitud de nuestros vinos más célebres había otros elaboradores que en otras zonas (en este caso era la monastrell de Jumilla) estaban sacando oro de la tierra.

Sigo recomendando Juan Gil siempre que alguien pregunta -aunque cada vez hace menos falta porque su popularidad cada vez es mayor-, y si no lo has probado estás tardando en hacerte con una botella (el etiqueta plata ronda los 10 pavos y es el que me enamoró, pero también tiene un hermano pequeño, etiqueta amarilla, que suele rondar los 5-6€).

Yo sigo bebiendo Juan Gil, claro, pero aquella sensación de la primera vez no ha vuelto, porque Sabina tenía razón cuanto cantaba aquello de "...que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver".

Regresar al blog