Lo que me tiene loco de lo del volcán es lo de disponer de solo unos minutos para recoger lo que puedas cargar entre tus manos. La historia material de tu vida resumida en un instante.
Lo tengo claro: me llevaría los cuadros. Concretamente los de mi amigo Miguel Ángel (estés donde estés, amigo, hay obras tuyas por toda mi casa) y un precioso óleo que nos regaló tía María José en el que sale mi hija sentada en la playa jugando en la arena.
Y lo demás, a la lava.
Los libros, la colección de vinilos, la ropa (casi mejor, cada vez tengo peor gusto), los enésimos pares de sneakers de outlet, los trapos de hacer deporte... De los muebles no hablo porque no encajan en lo de sal en unos minutos con algo en la mano, y el resto de cosas... adiós. Todo se puede volver a comprar -o no, y volver a vivir con menos-. Lo otro que salvaría es mi Tag Heuer, pero seguramente lo lleve puesto.
¿Y los vinos? Que les den. Hace ya años que decidí no guardar vinos para ocasiones especiales por muy buenos o únicos que sean.
Sí es cierto que tengo una pequeña vinoteca que me regaló mi hermano cuando me casé con capacidad para 18 botellas en la que hay algunas añadas de 4 Kilos, un María y un Matsu que caerá en breve. El resto son etiquetas de menos de diez euros, como las que salen por aquí, de abrir cuando me place sin la losa de la ocasión especial.
Tengo un vecino médico que durante las semanas duras de la pandemia arrasó con toda su bodega de guarda (Torre Muga, Prado Enea...). Su mujer -también personal sanitario- y él veían tan de cerca la muerte y estaban tan expuestos a diario que se marcaron un carpe diem de campeonato y decidieron disfrutar de todo lo bueno antes de que fuera demasiado tarde.
Y demasiado tarde es cualquier momento. En El verano que mi madre tuvo los ojos verdes (libro crudísimo de Tatiana Tibuleac) madre e hijo comienzan a disfrutar el uno del otro cuando ella ya está al borde del abismo por un cáncer. Disfrutan tantísimo el uno del otro en ese final que él llega a desear que su madre hubiera enfermado antes. Porque el antes había sido un infierno de relación (y no te cuento más, te lo lees).
Todo este rollo os lo cuento para acabar brindando con burbujas. Pero con burbujas de menos 10€, que al final uno acaba guardando la botella de Jacques Selosse para la ocasión especial que nunca llega.
Hasta hace no mucho no me fiaba de las burbujas de menos de 20€ salvo honrosísimas excepciones (Laure d'Echarmes Brut es uno de ellos, ronda los 18-19€) pero hace poco me he cruzado con un tal Charles Roux Blanc de Blancs Brut Bio -caja de 6 botellas por menos de 50€- que me ha hecho tilín.
Uva chardonnay borgoñesa. Espumoso elaborado por el método Charmat (no el champanoise, que es clásico del champagne, el de los monjes), en el que las burbujas nacen en una segunda fermentación en acero inoxidable, y no en botella como en el champagne. O algo así, no sé.
El caso es que está muy bueno si está muy frío, la burbuja es bastante fina y si no dices lo que te ha costado -no seas tan cuñado de decirlo- cuela en cualquier lado.