El orgullo de saltarse las normas

Siento cierto absurdo grado de satisfacción cuando anuncian el nombre del Premio Nobel de Literatura y lo conozco. Este año se lo han dado a Jon Fosse. No sé quién es Jon Fosse. Tú tampoco.
 
El año pasado fue Annie Ernaux, de la que me había leído un par de libros; hace no tanto lo recibió el británico Kazuo Ishiguro, cuyas Lo que queda el día y Nunca me abandones las he recomendado a los cuatro vientos (sobre todo la primera); y quién no conoce a Mario Vargas Llosa.
 
Pero este año ha sido un tal Fosse, de quien acaban de publicar en castellano una novela llamada Mañana y Tarde. Me la he comprado. El libro está bien pero a mí lo que realmente me ha gustado es que el colega se pasa los signos de puntuación -y alguna que otra regla ortográfica- por la coleta (lleva coleta).
 
No hay cosa que me guste más que escuchar el chirriar de dientes de los puritanos de la ortografía cuando ven que un tipo que convierte las normas de ortografía en su propia ley se hace con el máximo galardón mundial de las letras.
 
Correctores y soberbios que se saben las normas hay miles; escritores que sepan contar buenas historias no hay tantos. A mí dame una buena historia, me da igual donde estén las comas, las mayúsculas y los saltos de párrafo.
 
Y lo mismo con el vino. Tenemos a patadas esnobs y resabidos que te corrigen cómo se debe coger la copa, que te espetan cuando su criterio no aprueba que bebas tal vino con tal comida, o que te miran raro cuando metes el tinto en la cubitera, pero gente que haga buen vino a buen precio, no hay tanta.
 
Dame buen vino aunque sea en vaso de balón, y lo demás no me lo cuentes.
 
Viva Jon Fosse. A ver si se suscribe a Descorchify.
@pascualdrake
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