La ansiedad por el placer de la repetición

 

Un síntoma claro de que un vino te gusta es cuando al dar el segundo trago ya estás pensando en el tercero, en la siguiente copa, en de dónde sacar otra botella de ese vino para compartirla con él, con ella, con ellos, con ellas.


Pensar en la repetición antes siquiera de acabar de disfrutar del momento.


Al igual que sé que un restaurante me gusta cuando en el segundo plato ya estoy pensando en cuándo voy a volver; o mientras escucho una canción por primera vez en la radio y ya estoy ansioso por meterme en Spotify a ver si ese grupo ha publicado más; o cuando pienso en cuántos libros habrá publicado ese escritor antes de finalizar el libro que tengo entre las manos.


Desear antes de acabar; pensar en lo siguiente antes de terminar; creo que es la única ansiedad que nos debemos permitir. Una ansiedad justificada por el placer.


Con el vino este placer se potencia porque es uno de esos placeres que no puede ser digital. Es lo que es y ves: un producto seriado pero con una naturaleza enológica y analógica que lo hace irrepetible. No tiene atajos, ni réplicas en la nube, ni NFTs, ni metaversos. La artesanía de su oficio no se puede perder, o sale del terruño y se elabora artesanalmente, o no es vino.


Todo este discernimiento dominical no es más que una reflexión del placer y del gusto que da descubrir un vino nuevo, tómatelo como tal.


Perdonen el discurso y viva la ansiedad por el placer de la repetición.

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