Ojeaba el periódico que encontré tirado en la barra mientras esperaba que saliera de la cocina el arroz que había encargado.
"A los que cumplieron 40 y no deseamos llamar 'cuarentones' les correspondería ser 'cuadragenarios",
aparecía como frase destacada en la columna dominical de Alex Grijelmo, que además de tener apellido de personaje de Condemor, era clásico por ser citado en las clases de periodismo (sí, hice periodismo, sé lo que estás pensando, y de verdad que me duele más a mí que a ti) por ser un tipo que había escrito mucho y bien sobre cómo había que escribir bien y no necesariamente mucho.
Subía a casa con el arroz y pensaba en cómo habían pasado los últimos veinte años, desde que escuché por primera vez el nombre de Alex Grijelmo hasta volver a cruzarme con su nombre a 4 días de cumplir los cuarenta, y precisamente escribiendo de cómo llamar a los cuarentones intentando quitar el toque despectivo.
Y maldije a Grijelmo y al periodismo. Y maldije los años pagados dedicados a aprender cosas que podía haber aprendido por mi cuenta. Pero maldije rápido y veloz porque en cuanto subí a casa y me serví el primer plato de arroz se me pasó todo. Debieron de ser como 200 metros de maldiciones, cuesta arriba, eso sí. Está bien maldecir pero siempre de manera contenida y to the point, que si no después no cae bien el arroz.
Os cuento esto porque ya han pasado esos cuatro días; porque a las 13h. de hoy aproximadamente vestiré la camiseta de los cuadragenarios, y porque no hay mejor historia vinícola para celebrar el paso del tiempo que Matsu, que en japonés significa esperar, y en este caso en referencia a dejar que la naturaleza haga su trabajo y cumpla sus tiempos.
De los Matsu os recomiendo todos, pero para no salirme del límite económico establecido y que es uno de los principios de Descorchify (principio que incumpliré antes o después al igual que he incumplido el de la extensión de los artículos, o el de que estas cartas se envían los domingos, porque hoy es jueves y el domingo pasado no hubo carta porque estuve comiendo arroz, bebiendo Matsu y maldiciendo de forma contenida y eficaz durante 200 metros cuesta arriba), vamos a por Matsu El Pícaro, el joven de la familia. 7-8 euros aproximadamente en tienda, sabor con personalidad, que es un Toro, pero sin el rascado de garganta de los toros de antaño, y con una etiqueta directa, atrevida, disruptiva -como se dice ahora- y que da la cara -guiño, guiño-.
Brindemos por otra cuatrogenia, ¿no? Habrá que ser un poco ambiciosos. Doble o nada.