“Hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que cuando estamos cansados y hambrientos -o sea, prácticamente a todas horas en la edad adulta- no nos apetece enfrentarnos a una comida que suponga un desafío intelectual. Lo que buscamos es consuelo”.
Lo cuenta la norteamericana Laurie Colwin en su delicioso Una escritora en la cocina (¡nunca pensé que un libro de cocina podría estar tan bien escrito!).
Lo que Colwin lleva al terreno del plato, nosotros lo llevamos al terreno de las copas. Cuando ha sido uno de esos días para el boxeo y no para la poesía, como decía Bolaño, lo que a uno le reconforta es un trago de un vino sencillo, que nos reconforte, que nos consuele.
“Cuando la vida se pone cuesta arriba y el día ha sido largo la cena ideal se compone de un plato reconfortante y sabroso, fácil de digerir; algo que nos haga sentir protegidos, aunque solo sea durante un par de minutos”.
Que no nos compliquen la vida con charlas endogámicas sobre los taninos, el paso en boca y la ascendencia de Saturno del día de la vendimia.
Pues eso es esta caja: tres vinos que no suponen un desafío intelectual, porque nunca un vino debe serlo. Las cosas del vino dan paz. Si no la dan, huye.