Nunca intentes decir a qué sabe un gran vino

“Nunca intentes decir de qué habla un gran libro. O, si lo haces, te digo la única respuesta posible: de nada. Un gran libro no habla nunca de otra cosa que de nada, y sin embargo está todo en él […]. Un gran libro no tiene tema y no habla de nada, solamente busca decir o descubrir algo”.

Me flipa este párrafo. Pertenece a La más recóndita memoria de los hombres,una de las mejores novelas publicadas el año pasado, que no encontrarás en las listas de las mejores novelas publicadas en 2022, porque su autor no escribe columnas de opinión en ninguno de los medios que hacen esas listas.

Me flipa porque, aun siendo complicado compartir esta idea en lo que a literatura se refiere, si cambiamos libro por vino, define a la perfección el gran problema que hemos creado: nos empeñamos siempre en buscar de qué habla un gran vino. Su olor, su gusto, su retrogusto, su vista, nariz, longitud… ¡que es un vino! Y realmente no necesitas definirlo o decir de qué habla para saber que te gusta. 

Basta con que no sepas definir un vino que te encanta para saber que has encontrado algo especial.

Todo lo demás es humo, postureo, búsqueda de protagonismo en la mesa.

Seguro que te pasa.

A mí me ocurre especialmente con un vino que pasó por Descorchify hace unos meses: Laderas del Jiloca Macabeo de Altura.

Recuerdo cuando lo probé con Juanma, su enólogo. Me encantó, y me encantó entre otras cosas porque era algo diferente que me costaba mucho definir. Me costaba decir de qué hablaba.

Y sigue costándome. Y cada vez me gusta más. 

Si no sabes definirlo pero te encanta, sabes que has dado con algo especial.

Te pasa con esa canción, con esa peli, con esa persona, con aquella mañana, aquel viaje, con esa sonrisa, mirada, gesto… Y, por supuesto, te pasa con ese vino.

Brindemos.

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